Título: Rojo y oro
Autoras: Iria G. Parente y Selene M. Pascual
«Escuchad, mortales,
la historia de un dios que no quería vivir,
de una amazona obligada a matar
y de su libertad para siempre robada.
Aguardad y temed el despertar del caos:
cuando Eris abra los ojos,
la venganza al fin llegará.
Orión está cansado de ser el esclavo de Hera desde que su madre, la diosa del Caos, fue condenada por su ambición. Hera le ha tratado siempre más como un criado que como el dios que es. Y quiere que eso acabe.
Astérix Asteria está cansada de luchar. Desde que el pueblo de las amazonas fue arrasado hace años, ella y sus hermanas viven esclavizadas y obligadas a servir al Emperador de Élada como gladiadoras. Y quiere que eso acabe.
El mundo de Orión es dorado como solo puede serlo la grandeza de los dioses; el mundo de Asteria es rojo como solo puede serlo la sangre que derrama cada día.
Ambos buscan venganza hacia quienes los encadenaron en esos mundos.
Ambos buscan libertad, y harán lo que sea necesario para conseguirla».
Queridos hierbajos, voy a ser sincero con vosotros (lo sé: toda una novedad sin precedentes en este jardín).
Este libro se siente como si alguien hubiera perdido una apuesta antes de escribirlo. Para todos aquellos que conozcáis Inuyasha, es como ver (no) morir a Kikyo de nuevo. Una y otra y otra vez.
Pero, vale,
comencemos por la sinopsis. La verdad es que me parece bastante acertada para el libro que describe. El uso del coro como recurso va en consonancia con la propia historia, que recurre a esa misma herramienta en diversos puntos para establecer un punto de unión y paralelismo entre las situaciones de ambos personajes principales (e incluso entre diferentes puntos temporales a través de las peripecias de cada personaje). Al margen de eso, poco más que añadir: no nos están mintiendo, punto a su favor
[Zarza: jo, tío, nos estamos volviendo poco exigentes. Ortiga: ya...] (aunque eso del
«dios que no quería vivir» sería discutible, pero bueno).
La historia va exactamente de eso: una amazona a la que obligan a luchar como gladiadora y un dios menor al que Hera tiene esclavizado y utiliza como alfiletero y juguete sexual. Como podéis imaginaros, ninguno de los dos está muy contento con el apaño. Así que la idea es complotar un golpe de estado cósmico, pero liberar a la diosa del Caos tal vez no resulte ser la más razonable de las ideas y como que la cosa termina siendo un pelín caótica (guiño, guiño).
No me da la sensación de que haya un núcleo específico, intencional, definido.
Lo han intentado con la libertad, pero no les ha salido. Lo que les ha salido es más bien relacionado con la culpa, pero como creo que no lo estaban intentando, en realidad tampoco les ha salido.
Como es habitual en la bibliografía de estas autoras, nos encontramos con una novela que se vale de personajes psicológicamente perjudicados para ir tocando de pasada muchos palos. De pasada, también, nos van soltando juicios morales a discreción (que no con discreción), como el que no quiere la cosa, muy al estilo de Laura Gallego: el machismo en el lenguaje es la estrella de la corona en este caso, pero hay otros. Al final nos quedamos con una parábola con moraleja. Poco más.
Parabólico es también, por cierto, el desarrollo de la trama. Pero de esto os hablaré más adelante.
La voz narrativa tiene autoridad a ratos. ¿Sabéis estos coches viejos que a veces metes la llave en el contacto y se ríen en tu cara?, pues así. La historia está principalmente narrada a capítulos alternos desde la conciencia de los dos personajes protagonistas.
La autoridad racio-emocional de Asteria se apoya mucho en el uso predominante del femenino en el discurso. La de Orión no está tan clara: se le reconoce porque es blandito y llora mucho. Luego están los capítulos llamados «Cantos», de los cuales hay algunos que conservan, efectivamente, un estilo con regusto a leyenda (sobre todo al principio) y hay otros que reniegan completamente de su nombre y se comportan como cualquier otro capítulo, solo que con la excusa de pegarse a la conciencia del personaje de conveniencia de turno. Bastante decepcionante en ese sentido.
A nivel racional se aprecian también algunos detalles relacionados con el cambio de color de la sangre entre mortales y dioses y las metáforas que ello lleva asociado, aunque tampoco es nada que se salga de lo corriente. En conjunto, no he tenido demasiados motivos para dudar de la competencia de los narradores, salvo algún momento específico y quizá las salidas de tono esporádicas de Asteria, que utiliza insultos y palabrotas tan actuales que se hace difícil a veces recordar que estamos hablando de la Grecia antigua. Bueno, y en los cantos que no son cantos, ahí si que el narrador no da a basto para achicar agua.