Donde la literatura y la maldad se toman un té

jueves, 23 de junio de 2016

Cincuenta Malas Hierbas de Grey - Capítulo 3

Queridos hierbajos, yo ya tengo cinco capítulos escritos de esto y estoy bastante convencida de que lo voy a dejar ahí: me he cansado de escribir (esta cosa), me apetece leer.

Todavía no sé cuándo vamos a terminar este evento exactamente, pero seréis los segundos en saberlo (las primeras me temo que tendremos que ser nosotras, es axiomático para que podamos informaros).

Por lo pronto, aquí os dejo la tercera parte de mi periplo con esta historia. Opino que es mucho más desquiciada que graciosa en este punto, pero Zarza parece haberlo disfrutado bastante así que no sabría qué deciros.

Toda vuestra.



3

Kate se pone loca de contenta.

—Pero ¿qué hacía en Clayton’s?

Tengo que apartarme el teléfono de la oreja para no quedarme sorda con sus chillidos. Todavía estoy en la ferretería.

—Eso es lo que me gustaría saber a mí —le contesto—. La versión oficial es que «pasaba por aquí».

—Me parece demasiada casualidad, Ortiga. ¿No crees que ha ido a verte?

Demasiada casualidad es decir poco. En el mejor de los casos, esto solo significa que el universo conspira contra mí (lo cual significa que tengo delirios persecutorios, así que es un mejor de los casos poco halagüeño).

—Francamente, prefiero pensar que no. Lo más seguro es que tuviera alguna reunión de la universidad o vete tú a saber.

—Bueno, puede que tenga que ver con la subvención que ha concedido al departamento de agricultura.

—¿Cómo sabes tú eso?

—Ortiga, soy periodista y he escrito un artículo sobre este tipo. Mi obligación es saberlo.

—Visto así. Bueno, ¿quieres esas fotos o no? No hagas que mi sufrimiento haya sido en balde.

—Pues claro. El problema es quién va a hacerlas y dónde.

—Puedes preguntarle a él dónde. Ha dicho que se quedaría por la zona.

—¿Puedes contactar con él?

—Te puedo dar su móvil.

Kate pega otro grito. Por suerte el teléfono ya está lo bastante lejos de mi oreja como para que no cause daños irreparables.

—¿El soltero más rico, más escurridizo y más enigmático de todo el estado de Washington te ha dado su número de móvil?

—Pues… si ese que dices es el mismo que ha venido a la ferretería, eso parece, sí.

—¡Ortiga! Le gustas. No tengo la menor duda —afirma categóricamente.

—Sí, acosarme en mi puesto de trabajo. Encantador.

Contengo un escalofrío. Para la mayor parte de la gente «gustar» implica una serie de consecuencias de lo más indeseables. Y en este caso la cosa pinta incluso peor.

—No sé cómo podremos hacer la sesión —continúa Kate—. Levi, nuestro fotógrafo habitual, no puede. Ha ido a Idaho Falls a pasar el fin de semana con su familia. Se mosqueará cuando sepa que ha perdido la ocasión de fotografiar a uno de los empresarios más importantes del país.

—Aun a riesgo de señalar lo evidente… ¿Y José?

—¡Buena idea! Pídeselo tú. Haría cualquier cosa por ti. Luego llamas a Grey y le preguntas dónde quiere que vayamos.

Ya hay que tener jeta, maja.

—Creo que deberías llamarlo tú.

—¿A quién? ¿A José? ¿O Grey? —me pregunta en tono de burla.

—A ambos, ya que te pones. Son tus fotos. Yo ya he hecho la buena acción de la semana consiguiéndotelas.

—Ortiga, eres tú la que tiene trato con Grey.

—¿Trato? —gruño—. Apenas conozco a ese tipo.

—Al menos has hablado con él —dice implacable—. Y parece que quiere conocerte mejor. Ortiga, llámalo y punto.

Y me cuelga.

Me quedo un momento mirando anonadada el teléfono.

—La mato. Yo la mato.

Pulso rellamada.

—Que sea la última vez que se te ocurre colgarme —le digo con mi peor voz de asesina en serie—. Es de una falta de educación insoportable.

—Bueno, bueno, tranquila. Lo siento.

Intento respirar.

Ortiga, no puedes matarla. Piensa que el mes pasado se murió su abuela. Una segunda muerte en la familia levantaría sospechas. Contrólate.

—Mira, Kate, de verdad: son tus fotos, yo ni siquiera quiero tener que ir mañana. La que lo tiene que organizar eres tú.

—¡Ortiga, por favor! Mira, yo llamo a José si quieres, pero tienes que venir. Si no le digo que vas a estar tú seguro que me dice que no va.

—¿Por qué no iba a ir si no estoy yo?

—Pues porque no.

—Pero…

—¡Por favor! —Pone la voz más lastimera de la que es capaz. Sé que está haciendo pucheros al otro lado de la línea—. Esto es muy importante para mí.

Mierda. ¿Dónde ha quedado el plan de «se acabaron los favores para Kate»?

—Está bien —suspiro, arrepentida ya por anticipado.

Lo que tiene que hacer una para no matar a una compañera de piso de (post)luto.

—Pero a Grey tienes que llamarlo tú.

—¡¿Qué?! —grito—. Ni hablar. —Intento controlar la voz, mirando a mi alrededor—. Te doy su móvil y le llamas tú.

—Ortiga, es a ti a quien ha dado su número privado, si le llamo yo queda fatal.

Hay que joderse cómo le gusta darle la vuelta a la tortilla.

—Está bien. Como quieras: le llamaré yo —rezongo. De todas formas ya me han convencido de que mi presencia es aparentemente imprescindible para el éxito de la sesión fotográfica (lo cual no deja de tener una cierta ironía), así que no es como si fuese a poder evitar al tipo. Suspiro.

El chico que apareció antes, el hijo del dueño (y cuyo nombre ya he olvidado, claro) se asoma al almacén.

—Ortiga, tenemos trabajo ahí fuera —me avisa.

—Sí, perdona. Voy —le digo—. Kate, tengo que dejarte, tengo trabajo.

—Muy bien, hablamos esta noche.

—Sí, adiós.

Cuelgo.

—¿De qué conoces a Christian Grey? —me pregunta el chico mientras rebusca algo en uno de los cajones.

—Tuve que entrevistarlo para la revista de la universidad. No preguntes.

—Christian Grey en Clayton’s. Imagínate —continúa él. Mueve la cabeza, como si quisiera aclararse las ideas—. Bueno, ¿te apetece que salgamos a tomar algo esta noche?

Tío, en serio, ¿qué coño le pasa a la gente en esta historia? No estoy tan buena, soy borde, y de verdad de la buena que me esfuerzo por proyectar una imagen muy clara de «conmigo no, bicho». No puede ser que todo bicho viviente del estado de Washington venga a pedirme salir cada dos por tres.

—Eh… No, pero gracias.

—Ortiga, un día de estos me dirás que sí —me dice sonriendo.

¿Per-dona? Me pongo delante de él y le miro muy fijamente.

—Te aseguro que no —le espeto, la voz firme—. Y me veo en la obligación de advertirte de que si, después de haberte dicho que no, tú continúas insistiendo eso podría considerarse acoso sexual.

Y me sacaría una pasta.

Él abre mucho los ojos. Entonces compone una sonrisa socarrona, pero puedo ver que le tiembla en los bordes. Mira a su alrededor.

—Bueno, bueno, tampoco te pases. ¡Acoso! Qué exageración.

Ya está. Estoy oficialmente de muy mala leche.

—De exageración nada —zanjo, apretando los dientes—. Yo ya te he explicado la situación. Tú sabrás lo que haces.

Vuelvo a la tienda.

Hay que joderse, lo que hay que aguantar.

—————————

Una vez en casa, Kate está al teléfono peleando con José para convencerle de que cubra la sesión de fotos.

—Escúchame, José Rodríguez, si quieres que nuestra revista cubra la inauguración de tu exposición, nos harás la sesión mañana, ¿entendido?

—¡Ey! —Tiro de la manga de su camisa—. ¿Si yo no hago falta de cebo por qué tengo que…?

Me silencia con un dedo.

—Bien —continúa al teléfono—. Volveré a llamarte para decirte dónde y a qué hora. Nos vemos mañana.

Y cuelga el móvil.

—Tú vienes —me dice muy seria.

—Pero si…

—Me prometiste que vendrías. —Y sí: ahí están los pucheros.

Miro al techo. Señor, dame paciencia.

—Soy demasiado blanda.

—¡Solucionado! —exclama ella, dando palmas—. Ahora lo único que nos queda es decidir dónde y cuándo. Llámalo.

Coge mi teléfono de encima de la mesa y me lo tiende.

—¿Es realmente necesario? —La miro suplicante.

—¡Llama a Grey ahora mismo!

La miro ceñuda y saco la tarjeta de Grey del bolsillo trasero de mis pantalones.

—A ver, ¿qué tengo que decirle?

—Que ya tenemos fotógrafo. Queremos hacer la sesión. —Va levantando dedos con la enumeración—. Mañana. Que él decida dónde y a qué hora.

—Mejor escríbemelo. O se me irán las cosas de la cabeza.

Dios. Odio hacer llamadas. Odio los teléfonos. Odio hablar por teléfono con gente que no conozco.

Kate toma un pedazo de papel y me hace una lista con letra pulcra y redondita.

—Y tu apellido. Sabes que soy incapaz de recordar tantas letras en orden.

Cojo el papel cuando me lo tiende, respiro larga y profundamente, y marco el número de teléfono.

—Grey. —Contesta al segundo tono con voz tranquila y fría.

—Buenas noches, soy Urtica Dioica.

Se me pone voz fina de niña buena cuando estoy al teléfono. Lo odio. Es como volver a tener diez años.

Grey se queda un segundo en silencio.

—Señorita Dioica. Un placer tener noticias suyas.

Le ha cambiado la voz. Creo que se ha sorprendido de que le llamara. Quizá lo de darme el teléfono no iba tan en serio después de todo. Me tiro del pelo yo sola con la mano con la que todavía sostengo el papel con la lista. Kate está mirándome con los ojos muy abiertos.

Quiero colgar. Quiero colgar.

Me meto un puño en la boca y me encamino hacia la cocina para escapar de la mirada acusadora de Kate.

—Lo siento si le molesto.

—No es molestia alguna, señorita Dioica —me corta antes de que pueda continuar. Suena hasta amable. Debe de ser mi voz de niña: nadie sería capaz de ser borde conmigo en estas circunstancias—. ¿En qué puedo ayudarla?

Aprovecho para mirar la lista mientras no dejo de pasearme ansiosamente de un lado a otro.

—Bueno, ya hemos conseguido un fotógrafo, así que la señorita… Kavanagh me ha pedido que le pregunte si aún está dispuesto a hacer esa sesión fotográfica. —Me paro solo lo suficiente como para poder coger aire—. Mañana, si no tiene problema. ¿Dónde le iría bien?

Casi puedo oír su sonrisa ensanchándose al otro lado del teléfono.

—Me alojo en el hotel Heathman de Portland. ¿Le parece bien a las nueve y media de la mañana?

—Muy bien, se lo diré a la señorita… —Miro el papel— Kavanagh.

Se hace otro segundo de silencio. ¿Y ahora qué? ¿Es ahora cuando tengo que colgar? ¿Me despido primero? ¿Tengo que decir algo más? ¿He dicho ya lo mucho que odio llamar por teléfono?

—Confío en que usted también vendrá, señorita Dioica —añade él, interrumpiendo mi momento de pánico.

Por desgracia.

—Sí —suspiro—. Nos veremos allí.

—Lo estoy deseando.

Mi imagen mental de su sonrisa me devuelve automáticamente a mi estado de pánico previo y pulso colgar por acto reflejo. Y sigo pulsándolo una y otra vez hasta que la pantalla cambia y aparece el fondo azul del teléfono. Todavía lo pulso una vez más por si acaso.

Kate ha entrado en la cocina y está observándome con una mirada de total y absoluta consternación.

—Urtica Dioica. ¡Te gusta! Nunca te había visto ni te había oído tan… tan… alterada por nadie. Te has puesto roja.

Me dejo caer sobre una silla. Las piernas me tiemblan.

—¿Me has visto alguna vez hablar por teléfono? ¿O vas a decirme que también me gusta la mujer de la compañía telefónica que me llamó la semana pasada para endilgarme una nueva tarifa?

Descanso la cabeza sobre los brazos cruzados.

—Bueno, ¿qué te ha dicho? —ataca Kate—. ¿Cuándo? ¿Dónde?

—Mañana —Mi voz suena amortiguada—, a las nueve y media en… —Hago una pausa—. Oh, no. Oh, no. ¡Oh, NO! —Levanto la cabeza.

—No me digas que no te has quedado con el nombre. ¿Por qué no lo has escrito?

—Mierda. Mierda. Mierda.

Me pongo en pie, golpeándome la frente con ambas manos.

—No puede ser.

No quiero tener que llamar otra vez. Menos después de haberle colgado. Por favor, por favor, por favor, que no tenga que llamar otra vez.

—Ortiga, piensa —me urge Kate.

—Era un hotel. En Portland. Con nombre de superhéroe. Flyman… Highman…

—¿Heathman?

—¡Heathman! — Por poco la abrazo, al borde de las lágrimas—. ¡Gracias!

—En el Heathman, nada menos —murmura Kate, ya sumida en sus pensamientos—. Voy a llamar a José para confirmar y luego al gerente del hotel para negociar con él un lugar para la sesión.

—Buena suerte. Yo voy a hacer la cena y me voy a ir a dormir. Ya ha sido más que bastante emoción por un día.

——————————

El Heathman está en algún lugar de Portland. No me preguntéis donde. Yo me dejo llevar.

José se ha traído a un amigo con nombre de rana para que le eche una mano con la iluminación. Vamos todos en el coche de Kate y tenemos que hacer dos viajes para poder transportar el material porque no cabemos. Yo intento repetirle que, dado que mi presencia no es ni remotamente imprescindible, sería más práctico que mi espacio lo ocupase un trípode, pero no cuela.

Kate ha conseguido que nos dejen utilizar una habitación del hotel a cambio de mencionarles en el artículo. Cuando explica en la recepción que hemos venido a fotografiar al empresario Christian Grey (por fin me he conseguido aprender su nombre, ¡yey por mí!), nos suben de inmediato a una suite. Pero a una normal, porque al parecer el señor Grey ya está alojado en la mega suite más suite del mundo mundial.

Un encargado demasiado entusiasta, y al que Kate se dedica a mangonear de un lado para otro, nos hace de guía. La habitación parece salida de un catálogo de una revista de casas que una habitación de hotel.

Son las nueve. Tenemos media hora para prepararlo todo y Kate va de un lado para otro dando órdenes.

—José, creo que lo colocaremos delante de esta pared. ¿Estás de acuerdo? —No

espera a que le responda—. Travis, retira las sillas. Ortiga, ¿puedes pedir que nos

traigan unos refrescos? Y dile a Grey que estamos aquí.

Sí, señora. Pongo los ojos en blanco, pero hago lo que me pide.

Media hora después Christian Grey entra en nuestra suite. Sí, pienso seguir usando su nombre completo todo lo que pueda, de algo tengo que fardar, ¿algún problema?

Todavía tiene el pelo mojado, y me pregunto si eso queda bien en una foto. En todo caso, no es asunto mío.

Viene acompañado de otro hombre algo mayor que él, con el pelo rapado y un elegante traje negro y corbata, que se queda en silencio en una esquina (el hombre, digo, no el traje ni la corbata).

Desde su rincón, el del pelo rapado se dedica a observarnos en silencio. Quizá sea una especie de guardaespaldas. Se me pasa por la mente la idea de placar a Grey, a ver qué ocurre. Sacudo la cabeza intentando contener una sonrisa, pero el flequillo me hace cosquillas en la frente y no puedo evitar reírme.

—Señorita Dioica, volvemos a vernos.

Pego un bote. No le había oído acercarse.

Le cojo la mano que me tiende por acto reflejo. Mala idea.

No es el peor calambrazo que me ha pegado hasta ahora, pero aún así duele. Al menos me las apaño para no chillar.

—¡La madre que…! —Me muerdo el labio inferior con fuerza para no terminar esa frase mientras agito la mano agarrotada.

—¡Urtica! —De pronto le tengo mucho más cerca, sus manos a los lados de mis codos como para delimitar un perímetro—. ¿Se encuentra bien?

—¿Lleva usted un cable escondido en la manga o algo? —le acuso con una voz muy poco amable. Sigo apretándome los dedos—. Ah…

Le oigo tomar aire con fuerza y me llega una ráfaga de olor verde acre y áspero. Arrugo la nariz sin poder evitarlo.

Oh, oh. Esto no me gusta.

—Cualquiera diría que hay una corriente entre nosotros, señorita Dioica —dice en voz muy baja y grave.

Doy un paso preventivo hacia atrás, saliendo por fin del círculo que delimitan sus brazos, y del olor. Me siento un poco mejor cuando puedo respirar al menos algo de aire limpio.

Del susto se me ha olvidado qué acaba de decirme, así que espero que no fuese una pregunta que requiriese respuesta.

Mierda. Habrá que salvar el pellejo.

—Señor Grey, le presento a Katherine Kavanagh —Señalo a Kate, que se acerca y lo mira directamente a los ojos.

—La tenaz señorita Kavanagh. ¿Qué tal está? —Él sonríe ligeramente, parece realmente divertido—. Espero que se encuentre mejor. Urtica me dijo que la semana pasada estuvo enferma.

Kate me mira.

—¿Urtica? —vocaliza en mi dirección antes de volver de nuevo su atención hacia él—. Estoy bien, gracias, señor Grey.

Le estrecha la mano con fuerza sin pestañear. No se anda con tonterías. Da un poco de miedo. Sobre todo por la parte de no parpadear.

—Gracias por haber encontrado un momento para la sesión —le dice con una

sonrisa educada y profesional.

—Es un placer —le contesta Grey lanzándome una mirada.

Giro sobre mis talones y me alejo. Ahí se apañen entre los dos.

Veo a José venir hacia mí con una sonrisa en los labios, pero Kate interrumpe su avance con un gesto de llamada con la mano.

—Este es José Rodríguez, nuestro fotógrafo.

Al pasar por mi lado, José me aprieta un hombro.

Y dale con el contacto no requerido, macho.

—Señor Grey.

—Señor Rodríguez.

Consigo una silla cerca de donde han amontonado los mamotretos donde transportan los artilugios fotográficos y me siento.

—¿Dónde quiere que me coloque? —pregunta Grey a José, y su pregunta suena más a sentencia de muerte que a ninguna otra cosa. Pobre José, y eso que sólo ha dicho dos palabras. En fin, no todo el mundo puede ser tan adorable como yo.

Kate, sin embargo, no está dispuesta a dejar que José lleve la voz cantante. Es francamente todo un show en términos de comunicación no verbal ver cómo interactúa esta panda. Solo echo en falta algo de comer.

—Señor Grey, —Kate en todo su despotismo— ¿puede sentarse aquí, por favor? Tenga cuidado con los cables. Y luego haremos también unas cuantas de pie.

Le indica una silla colocada contra una pared.

El de las luces hace lo suyo y a continuación se suceden veinte tediosos minutos de flases. Christian Grey debe de tener la paciencia de un santo o ser muy narciso, porque lo aguanta todo con mucha naturalidad. Le hacen posar de todas las maneras y consigue seguir las indicaciones con una perenne sonrisa cortés en los labios.

Esta sesión hubiera sido muy otra conmigo ahí sentada.

Como me aburro, me dedico a revisar las paredes y el techo en busca de cámaras de seguridad. Es un pasatiempo que tengo. Los vigilantes de las tiendas lo deben de sudar conmigo intentando dilucidar si solo estoy tan grillada como aparento o de verdad tengo intenciones deshonestas.

—Ya tenemos bastantes sentado —interrumpe Kate—. ¿Puede ponerse de pie, señor Grey?

Retiran la silla y más fotos.

Sé que en una habitación de hotel no debería haber cámaras, pero eso no me quita la ilusión. Con los americanos nunca se sabe.

—Creo que ya tenemos suficientes —anuncia José cinco minutos después.

Me pongo en pie, por si acaso.

—Muy bien —dice Kate—. Gracias de nuevo, señor Grey.

Le estrecha la mano, y también José.

—Me encantará leer su artículo, señorita Kavanagh —murmura Grey, y se vuelve hacia mí, que estoy junto a la puerta—. ¿Viene conmigo, señorita Dioica? —me pregunta.

Me señalo a mí misma con un dedo, las cejas levantadas y cara de susto.

—Eh, bueno —le contesto totalmente desconcertada.

Por detrás de Kate, José arruga el morro.

—Que tengan un buen día —dice Grey abriendo la puerta y apartándose a un lado para que yo salga primero.

Otra vez me lo ha vuelto a hacer.

—Como Pedro por su casa —susurro, espero que lo suficientemente bajo, pero cuando me doy la vuelta y veo su sonrisa me recuerdo que tengo que trabajar más eso de no pensar en voz alta.

Detrás de Grey sale el tipo rapado y trajeado.

—Enseguida le aviso, Taylor —murmura al rapado.

Taylor se aleja por el pasillo y Grey dirige su mirada seria hacia mí.

¿He hecho algo?

—Me preguntaba si le apetecería tomar un café conmigo.

Le miro.

—No bebo café —respondo, parpadeando. Y entonces me doy cuenta de que probablemente esa no era del todo la pregunta que me estaba haciendo.

—¿Té? ¿Un refresco? —se adelanta, sin molestarse en contener una sonrisa divertida.

—Tampoco bebo… —corto mi propia frase y decido cambiar de estrategia—. He venido aquí en el coche de Kate, no quiero retrasarles.

—¡Taylor! —grita.

Pego un bote. Taylor, que se había quedado esperando al fondo del pasillo, se vuelve y regresa con nosotros.

—¿Tiene que regresar a la universidad? —me pregunta en voz baja. Tengo que inclinarme un poco para verle más de cerca la boca.

—S…í —titubeo.

—Taylor puede llevarla cuando lo desee. Es mi chófer.

—Por supuesto, señor —le contesta Taylor.

Creo que no está entendiendo cuál es realmente el problema aquí.

—Eso no es neces…

La puerta de la suite se abre y aparece Kate.

—No te preocupes, Ortiga, puedes ir. —Dentro de la habitación, José nos mira ceñudo mientras su amigo se afana de ordenar y empaquetar los cachivaches que han usado—. Como has dicho antes, no cabemos todos en el coche con tantas cosas. Hasta nos vendría bien que te quedaras, porque así sólo tendríamos que hacer un viaje.

Me quedo mirándola con la boca abierta de indignación.

—Arreglado. ¿Puede ahora venir conmigo a tomar un café? —Grey sonríe dándolo por hecho.

Sin mediar palabra, agarro a Kate por un brazo y la arrastro de vuelta a la habitación.

—Ortiga, creo que no hay duda de que le gustas —me dice sin el menor preámbulo.

—Pero ¡¿tú estás loca?! —la miro con el horror más absoluto—. ¿Por qué has hecho eso? ¡Estaba intentando quitármelo de encima!

—Venga, Ortiga, sólo es un café. ¿Qué mal puede hacerte? —Me mira significativamente—. A menos que creas que tomarte algo con él te va a hacer replantearte tu sexualidad. ¡Yo no querría eso!

Virgen santa, esta se cree que tengo cinco años. Me pellizco el puente de la nariz por debajo de las gafas intentando mantener la compostura.

—Eso no tiene nada que ver.

—Vamos, mujer, tienes que salir de vez en cuando. Tú misma me lo dices a veces: conocer gente nueva puede ser divertido. Una persona al mes, dijiste, ¿no?

Eso es juego sucio. Sí que lo dije. A veces digo muchas cosas.

—Sí, bueno, pero no tiene que ser hoy. Y desde luego no tiene que ser él.

—Míralo de esta manera: es una buena oportunidad, porque es solo un café, así que no puede alargarse mucho, y así ya has cumplido tu cupo de hablar con alguien nuevo este mes. Y además con él ya has hablado más veces, así que eso lo hará más fácil.

Todavía me estoy pellizcando el puente de la nariz. No sé por qué esto es tan importante para ella.

—Mira, hacemos una cosa —me ofrece entonces—: tú te quedas a tomar algo con él, nosotros llevamos el equipo de vuelta a la universidad y cuando acabemos te aviso y vengo a buscarte. ¿Te parece?

—¿Por qué tienes tanto interés en que quede con este tío? —le pregunto sin preámbulos.

Ella al menos tiene la decencia de sonrojarse.

—A ver, ya que se interesa por ti creo que deberías darle una oportunidad —balbucea—, aunque tampoco negaré que tener contactos con gente rica y famosa puede venir bien en algún momento.

Visto así. Ahora mismo no se me ocurre nada que pudiera querer sacarle a este tipo, pero supongo que nunca se sabe.

—Tampoco te estoy pidiendo que te des el lote con él, ¿sabes? Aunque no me opondría si lo hicieras —cuchichea—, el cabrón está potente.

—Por Dios, ¿puedes no decir esas cosas aquí? —Miro por encima de mi hombro, rezando por que el aludido esté lo bastante lejos—. Cualquiera que te oiga.

—¿Qué? Es la verdad. Mira, Ortiga, te ha invitado a un café, nada más. Bajas, hablas un rato con él y luego vengo a buscarte con el coche. No hace falta hacer una montaña de un grano de arena. Sólo diviértete un rato.

Tenemos ideas diferentes de lo que significa divertirse.

—Pero vienes luego a buscarme —le advierto muy seria.

¿Quieres que me divierta? Te vas a cagar.

Ella pega un grito victorioso y se me cuelga del cuello.

—Te envío un mensaje al móvil en cuanto esté. Palabrita del niño Jesús —me dice levantando una mano solemne.

Me deshago de su abrazo y me encamino decidida hacia la puerta. Christian Grey está esperándome apoyado en la pared. Parece que siga posando para una foto.

—Vamos a tomar un café —le digo, y sonrío de lado.

Él me devuelve la sonrisa, mucho más amplia que la mía.

—Usted primero, señorita Dioica.

Se incorpora y hace un gesto para que pase delante. Resignada, decido no discutir el tema por esta vez y me limito a cruzar la puerta la primera.

Caminamos juntos por el amplio pasillo hacia el ascensor. Si el silencio se alarga mucho más, me temo que comenzaré a reírme. Es un defecto de fábrica que tengo.

—¿Cuánto hace que conoce a Katherine Kavanagh? —se lanza.

—Desde el primer año de universidad.

—Ya —me contesta evasivo.

Una pregunta apasionante requiere una respuesta apasionante, qué puedo decir.

Pulsa el botón para llamar al ascensor y casi de inmediato suena el pitido.

—¿Cuánto hace que conoce a su chófer? —le devuelvo, conteniéndome para no hinchar los carrillos.

Las puertas se abren y muestran a una joven pareja abrazándose apasionadamente. Se

separan de golpe, sorprendidos e incómodos, y miran con aire de culpabilidad en

cualquier dirección menos la nuestra.

Estamos en un hotel, gente, get a room. Más fácil no os lo pueden poner.

Grey y yo entramos en el ascensor, yo intentando desesperadamente encontrar un sitio seguro al que mirar. No noto la cara caliente, pero por experiencia sé que me he puesto roja seguro. Cuando levanto la mirada hacia Grey, parece que ha esbozado

una sonrisa. La joven pareja no dice nada.

Descendemos a la planta baja en un incómodo silencio que hace increíblemente difícil para mí no estallar en carcajadas.

Las puertas se abren y, para mi gran sorpresa, Grey me coge de la mano y me la

sujeta con sus dedos largos y fríos. Esta vez no me electrocuta, gracias a Dios, pero no puedo evitar mirar a nuestras manos unidas con una mezcla de incredulidad e incómoda irritación. Mientras tira de mí para salir del ascensor antes de que yo pueda abrir la boca y protestar, oímos a nuestras espaldas la risita tonta de la pareja.

Lo que me faltaba.

Grey sonríe.

—¿Qué pasa con los ascensores? —masculla.

No, disculpa, qué pasa con la gente en los ascensores.

Tiro de mi mano para recuperarla, pero el tío la tiene bien sujeta.

—Disculpe, ¿le importaría devolverme mi mano? —le digo con voz intensamente mortificada.

Dios, esto es humillante.

—Le tengo cariño, ya sabe. —Y añado preocupada—. A mi mano.

Él se gira para mirarme un instante a los ojos antes de lanzar una larga risotada.

—Por supuesto, Urtica, —Pronuncia mi nombre con su voz más grave, esa que hace que las cosas no tengan ni puta gracia, y creo que empiezo a intuir por qué—, toda suya.

Al menos me suelta.

Cruzamos el amplio y animado vestíbulo del hotel en dirección a la entrada. Es un bonito domingo de mayo. Brilla el sol y apenas hay tráfico. Lo pájaros probablemente cantan, aunque nadie los oiga… Esas cosas. Grey gira a la izquierda y avanza hacia la esquina, donde nos detenemos a esperar que cambie el semáforo. Por precaución me mantengo a un cauteloso paso de distancia de él (de Grey, del semáforo me fío más).

Esto no va bien.

—Confío en que tomar un café no sea su idea de una cita —decido tomar el toro por los cuernos—. No es nada personal, no se ofenda, pero yo no tengo citas.

Él me mira. Parece casi sorprendido, pero se recupera rápido y se las arregla para componer una sonrisa burlona.

—Y ¿por qué es eso, Urtica?

Deja de reírte de mí, capullo. Esto se suponía que iba a ser a la inversa.

—Eso es personal.

—Comprendo.

El hombrecillo verde del semáforo se ilumina y seguimos nuestro camino.

—No se preocupe, Urtica. Lo cierto es que yo tampoco tengo citas.

Eso debería ser un alivio, solo que su «no tengo citas» no suena demasiado como el mío. Y ahora es mi turno de sentirme intrigada.

—Y ¿eso por qué es?

Se gira para mirarme y sonríe con su sonrisa afilada.

—Eso es personal.

En el fondo soy una persona sencilla, así que confesaré que no me lo vi venir.

Rompo a reír sin poder evitarlo.

—Touchée.

Andamos cuatro manzanas hasta llegar al Portland Coffee House, donde Grey vuelve a sujetarme la puerta.

—¿Nunca se cansa de hacer eso?

De nuevo esa sonrisa.

—No —contesta simplemente—. ¿Le incomoda?

—Sí —contesto simplemente yo también—. Quiero decir, normalmente no, pero en su caso sí lo hace.

—Oh —De pronto parece como si le hubiese dado una piruleta—. Y ¿por qué es eso?

Frunzo el ceño.

Seguimos parados en la puerta. Por suerte no hay nadie esperando para pasar.

—Porque normalmente la gente lo hace más por hábito y cortesía, sin pararse a pensarlo, pero usted es deliberadamente dominante en su lenguaje corporal. —Carraspeo. Estoy bastante convencida de que esto no es algo que se le deba decir a alguien en una conversación amistosa por la calle—. No pretendo insultarle, no me malinterprete, sólo es una apreciación aséptica.

Su sonrisa de piruleta ha vuelto a afilarse un poco en la comisura izquierda.

—Como ya le dije en nuestro primer encuentro, Urtica, yo lo controlo todo.

—Ya.

No.

—Por favor, deme el gusto —Me pone una mano en la parte baja de la espalda, aunque no me empuja—. Me temo que estamos impidiendo el paso.

Efectivamente, una pareja quiere entrar también en el café. Así que, aunque solo sea por apartarme del contacto en mi espalda, entro. Sé que de todas formas es una batalla perdida.

—¿Por qué no elige una mesa mientras voy a pedir? ¿Qué quiere tomar? —me pregunta, tan educado como siempre.

—Un vaso de leche, por favor.

Alza las cejas.

—¿No quiere un café?

—No me gusta el café.

Sonríe.

—Muy bien, un vaso de leche. ¿Con azúcar?

Arrugo los labios.

—No, gracias.

Echo una mirada vaga al local, escaneando en busca de mesas libres.

—¿Quiere comer algo?

Ahora sería un buen momento para que no me rugieran las tripas. No quiero alargar esto más de lo necesario.

—No, gracias.

Niego con la cabeza y Grey se dirige a la barra.

Encuentro una mesa y me dedico a observar a mi acompañante descaradamente, aprovechando que está de espaldas. Tiene unos brazos interesantes. No lo bastante gruesos como para que las mangas de la camisa le aprieten, pero claramente musculosos. No me había fijado hasta ahora, siempre está demasiado cerca como para que sea cómodo mirarle. Me gustan. Se los cortaría. Me pongo a mirar a mi alrededor. Un par de mesas más allá hay sentada una chica tan alta que sus rodillas casi tocan la parte inferior del tablero de la mesa. Son unas rodillas huesudas bastante curiosas. No se las cortaría, pero admito que son fascinantes.

—Un dólar por sus pensamientos.

Grey ha vuelto y me mira fijamente.

No creo que sea conveniente decir lo que estoy pensando. No me importa pasar por lunática, pero hay una fina línea que separa eso del internamiento preventivo. Y el blanco nunca me ha sentado demasiado bien.

Niego con la cabeza. Grey lleva una bandeja en las manos, que deja en la pequeña mesa redonda que hay frente a mí. Me tiende una taza humeante sobre un platillo. Instintivamente me inclino sobre la taza e inspiro el aroma caliente, los ojos cerrados de gusto.

Él se ha pedido un café con un bonito dibujo de una hoja impreso en la espuma de leche. Este año he aprendido que eso lo hacen con un cacharro muy simpático que parece una resistencia que hace las veces de minibatidora.

También se ha pedido una magdalena de arándanos.

Mierda. Solo de verla se me hace la boca agua.

Grey coloca la bandeja a un lado, se sienta frente a mí y cruza sus largas piernas por debajo de la mesa, aunque no tan largas como las de la mujer de las rodillas curiosas.

No mires la magdalena. No mires la magdalena.

Después de que le he dicho que no quería nada más, no le voy encima a quitar al pobre hombre esa enorme, suculenta… Bien pensado, el tipo no es pobre.

No, Ortiga. Contrólate.

—¿Qué está pensando? —insiste.

Niego con la cabeza una vez más y levanto la taza de leche para ver si puedo distraerme con el olor.

Él ladea la cabeza y me mira con curiosidad.

—Me gusta el olor de las cosas calientes —murmuro a modo de explicación.

—Ya veo. ¿Es su novio?

¿El olor?

—¿Quién?

—El fotógrafo. José Rodríguez.

Le miro con una ceja levantada e incluso me permito lanzarle una sonrisa conocedora por encima del borde de mi taza.

—Pensaba que habíamos establecido que ninguno de los dos tenía citas, señor Grey. —Doy un sorbo a la deliciosa leche caliente—. Me decepciona.

Veo cómo se le crispa el índice sobre la boca. Tiene la mirada fija en mis labios.

Si no fuera porque tienes más peligro que un mono con una caja'bombas, majo, hasta me permitiría tocarte las narices. Pero, al contrario de lo que sostiene Zarza, mi instinto de supervivencia no está tan atrofiado.

Me limpio con la servilleta.

—¿Por qué le interesa saberlo, en todo caso?

—He visto cómo la mira. —Me sostiene la mirada.

—Usted y cualquier persona con ojos, me temo —mascullo. Cojo la leche y doy otro sorbo. Me las arreglo para no cerrar los ojos, pero no puedo evitar una sonrisa una sonrisa de gusto

—¿Qué tipo de relación mantiene con él? —insiste, inclinándose hacia adelante y apoyando los codos sobre la mesa.

Yo me echo hacia atrás en mi silla.

—Es un conocido de la universidad —zanjo.

Grey asiente, al parecer satisfecho con mi respuesta, y dirige su atención a la

magdalena de arándanos. Sigo con mirada hambrienta cómo sus dedos retiran el papel.

—No ha contestado a mi pregunta —lanzo, aún sin poder apartar los ojos de la suculenta magdalena.

—¿Quiere un poco? —me pregunta.

Y recupera esa sonrisa divertida que esconde un secreto.

Sí.

—No, gracias.

Ahora sí me rugen las tripas.

Mierda.

La sonrisa de él se ensancha.

—Bueno —claudico—, querer quiero. Ahora iré y me compraré una. No quiero dejarle a usted sin comer.

Pero él empuja el platillo hacia mí.

—Por favor —susurra, entrelazando los dedos bajo la barbilla y sin apartar los ojos de mi cara.

—De verdad, no es necesario. —Le empujo el plato de vuelta—. Puedo comprarme una.

Puedo ver cómo se le crispan los labios durante una fracción de segundo. Frunce el ceño.

Hago ademán de levantarme, pero él alarga uno de sus brazos y atrapa la mano que voy a utilizar para impulsarme entre su propia mano y el tablero de la mesa. Empuja el platillo una vez más hacia mí.

—Insisto.

Me quedo mirando su mano. Respiro profundamente una vez antes de fijar mis ojos en los suyos.

—Si acepto su magdalena, ¿me promete que dejará de una vez en paz mis manos?

Su cara deja claramente patente que para él vuelve a ser un juego.

—Lo prometo —casi ronronea, liberándome finalmente y volviendo a reclinarse sobre su silla.

Jamás una magdalena me había salido tan cara. Por Dios.

Cojo el platillo con el ceño fruncido.

—Gracias —mascullo.

No me siento a gusto comiendo delante de desconocidos, mucho menos desconocidos que no respetan mi espacio personal, así que no me decido a coger la magdalena y darle un sano mordisco. En su lugar parto un trozo con los dedos y me lo meto en la boca. Él sigue el movimiento de mi mano, lo cual me hace difícil masticar con normalidad.

Ortiga, serenidad, por favor.

Compruebo disimuladamente el móvil por debajo de la mesa para asegurarme de que Kate aún no me ha escrito.

—Y el chico que la abrazó ayer, en la tienda —continúa Grey, aparentemente sin darse cuenta de lo incómoda que me siento, o sin que le importe—. ¿Cuál es su relación con él?

Me lo quedo mirando con el ceño fruncido antes de tragar.

—No es que esto sea asunto suyo, pero lo cierto es que con ese chico mantengo el tipo de relación en la que ni siquiera conozco su nombre.

—¿No se conocen? —Ahora parece sinceramente sorprendido, y quizá algo irritado—. ¿La abrazó sin conocerla?

—Bueno, no, a ver… —carraspeo—. Soy muy mala con los nombres. Dejémoslo así. Y en cuanto al abrazo, no sé: la gente tiene la mala manía de tomarse demasiadas confianzas.

Le lanzo una mirada significativa, pero él se limita a sonreírme de lado, sin sentirse ofendido.

—¿Por qué le interesa tanto? —le insisto por tercera vez.

—Siento curiosidad por usted —admite con toda naturalidad—. Parece nerviosa cuando está con hombres.

—Solo con aquellos que se toman demasiadas confianzas —sigo atacando, paseando la mirada por la barra—. Y usted en particular resulta bastante…

Perturbador. Escalofriante.

—Mmmm…

Me mira intensamente, con curiosidad. Yo evito su mirada.

Invasivo. Dominante.

—Intimidante.

Creo que eso es lo más cerca que puedo llegar bajo presión y sin sonar insultante. Necesito ampliar mi vocabulario. Me concentro en la magdalena.

Lo oigo respirar profundamente.

—De modo que le resulto intimidante —me contesta asintiendo—. Es usted muy sincera. No baje la cabeza, por favor. Me gusta verle la cara.

Le miro con una ceja arqueada.

Estoy comiendo.

Él me devuelve una sonrisa alentadora, aunque irónica.

Ahora mismo le daría un puñetazo.

—Eso me da alguna pista de lo que puede estar pensando —me dice.

—Lo dudo —le corto, y arranco otro cacho a la magdalena. Ya no me siento ni lo más remotamente culpable por dejarle sin comer: tal y como yo lo veo debería darme más comida para compensar este «café»—. Y permítame que le diga que quizá no estoy siendo tan sincera como debería.

A pesar de todo, no me gusta faltarle al respeto a la gente.

Sigo comiéndome la magdalena. Joder, qué buena está.

—Creo que es usted muy contenida —murmura.

Muy observador.

—Menos cuando se ruboriza, claro, cosa que hace a menudo. Me gustaría saber por qué se ha ruborizado.

Me quedo con una mano suspendida en el aire con otro pedazo de magdalena. Con el dorso de la mano libre me toco las mejillas.

—¿Me he ruborizado ahora?

Él sigue mirándome fijamente, en silencio. Y sé que, si antes no estaba ruborizada, seguro que ahora sí.

Maldita sea.

Taparme la cara ahora sólo lo hará todo más llamativamente embarazoso.

—No puedo evitarlo —intento quitarle hierro al asunto—. Lo cierto es que la mayor parte de las veces ni siquiera me doy cuenta. Es algo que simplemente me pasa. —Hago una pausa—. ¿Siempre hace comentarios tan personales?

—No me había dado cuenta de que fuera personal. ¿La he ofendido? —me pregunta en tono sorprendido.

—No.

—Bien.

—Pero es usted bastante arrogante.

Alza una ceja y, si no me equivoco, también él se ruboriza ligeramente.

—Suelo hacer las cosas a mi manera, Urtica —murmura—. En todo.

—No lo dudo.

No sé qué tiene que ver eso con lo anterior, pero vale.

Sigo comiéndome su magdalena mientras disfruto de la leche. Quizá debería llamar yo a Kate para ver cómo van y pedirle que venga ya. Creo que esto ya cuenta como que he cumplido mis buenos propósitos sociales del mes. De los próximos dos meses. Como mínimo.

—¿Es usted hija única? —me pregunta entonces Grey.

Cambio radical de tema.

—No.

Silencio.

—Hábleme de sus padres.

—Ambos viven en España. Están divorciados.

—Lo siento —musita.

¡Magdalena!

—No tiene importancia.

—¿Volvieron a casarse?

—Mi padre sí.

Frunce el ceño.

—No cuenta demasiado de su vida, ¿verdad? —me dice en tono seco frotándose la barbilla, como pensativo.

—Usted tampoco.

—Usted ya me ha entrevistado, y recuerdo algunas preguntas bastante personales —me dice sonriendo.

—Y yo recuerdo que esas no eran mis preguntas. Yo sólo era una mandada. —Me termino la magdalena. La verdad es que ya me siento mejor—. ¿Por qué le molestó tanto que le preguntase si era gay?

Por un momento puedo ver que está recordando el momento exacto en que se lo pregunté en su despacho, porque se le tensa la mandíbula y me lanza una mirada oscura y grave como su voz.

—Creo que esta no es una conversación que vaya a poder mantener con usted sin intimidarla aún más, Urtica —contesta, grave pero comedido.

Desde luego, si la conversación en sí es la mitad de escalofriante que la sonrisa que me dedica, es mejor que me lo ahorre. No me va a quitar precisamente el sueño.

Mi móvil lanza un pitido.

—Perdón —me disculpo, sacándolo del bolsillo.

«Estoy en el parking del hotel. ¿Lista?»

—Lo siento, señor Grey, es Kate: voy a tener que marcharme. Todavía tengo que estudiar.

—¿Para los exámenes?

—Sí.

—¿Dónde la está esperando la señorita Kavanagh?

—En el parking del hotel.

—La acompaño.

—Gracias por la leche.

Por la magdalena no. Esa me la he ganado a pulso.

Esboza otra de sus extrañas sonrisas, la de guardar un gran secreto.

—No hay de qué, Urtica. Ha sido un placer. Vamos —me dice poniéndose en pie.

Caminamos hasta el hotel en silencio. Al menos, él parece tan tranquilo como siempre. Yo hago el trayecto entero mordiéndome las mejillas por dentro para contener la risa.

—¿Siempre lleva vaqueros? —me pregunta sin venir a cuento.

—Bastante a menudo.

Cardo y Zarza te dirían que a veces llevo pantalones de pijama.

Él asiente. Hemos llegado al cruce, al otro lado de la calle del hotel.

Qué pregunta tan rara.

El semáforo cambia. Doy un paso adelante, tropiezo y salgo precipitada hacia la carretera.

Porque soy yo.

—¡Mierda, Ortiga! —grita Grey.

Me agarra del brazo y tira con tanta fuerza que acabo cayendo encima de él justo cuando pasa a toda velocidad un ciclista contra dirección que no me atropella de milagro. Todo sucede muy deprisa. De pronto estoy cayéndome y en cuestión de un instante mi cuerpo da un giro completo y estoy entre los brazos de Grey, que me aprieta fuerte contra su pecho. Lo último que puedo procesar antes de que mi cerebro decida que es demasiada información es el olor a desodorante masculino, no desagradable pero sí muy fuerte llenándome la nariz como un golpe.

Una mancha negra se asoma desde la periferia de mi visión y se come rápidamente la imagen avanzando hacia el centro. A continuación se apaga el sonido. El tacto es lo último.

Mierda.

Veréis, yo tengo otro pequeño defecto de fábrica, y es la estrategia de gestión de la sobrecarga informativa que tiene mi cerebro. ¿Exceso de estímulos? A tomar por el culo: REINICIAR SISTEMA.

No me desmayo. Sé dónde estoy y sé que sigo en posición vertical. De hecho, todo el paréntesis no dura seguramente más de dos o tres segundos, pero a mí se me hace de largo como el viaje a un último piso en un ascensor antediluviano. E igual de claustrofóbico.

El fuerte olor a desodorante todavía me embota la mente cuando el sonido comienza a ganar volumen con un rugido lejano e irritado de coches.

—¿Está bien? —oigo que me susurra Grey en algún lugar amortiguado.

Con un brazo me mantiene sujeta, pegada a él, y noto cómo con los dedos de la otra mano me recorre suavemente la cara. La neblina negra vuelve a retroceder desde el centro hacia la periferia de mi campo visual hasta desaparecer. Grey me mira fijamente a los ojos y su pulgar me roza el labio inferior. Algo dentro de mí quiere apartarse de un salto, pero no consigo elaborar un pensamiento coherente al respecto.

Contiene la respiración. Noto mis pensamientos como el zumbido en el interior de un panal de abejas, por lo que me cuesta decidir si está diciendo algo más. Centro mi atención en su boca de manera instintiva.




Cierta persona sigue haciéndonos unos fan arts mondantes.

12 comentarios :

  1. No ha habido una sola línea en la que no me haya reído. Es una pena que no quieras escribir más, pero si eso da lugar al más reseñas, no seré yo quien se queje. ��

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  2. ¡Hola!

    Es una pena que no vayas a escribir más, pero por lo menos todavía quedan esos cinco capítulos.

    He estado todo el capítulo agobiada por Ortiga. ¿¡No veis que no os quiere cerca!? ¡Alejaos, coño! Cómo me agobia la invasión del espacio personal con gente con la que no tienes confianza.

    Espero con ansia el siguiente.

    Muff.

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  3. Ortiga, creo que me das miedo. No caigas en los encantos de Gray, por favor. Y corta sus bonitos brazos.

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  4. Pierde cuidado, Patty. No es mi tipo (xD). Pero cortar brazos me gusta *-*


    Con amorr,
    O.

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  5. Qué identificada me he sentido. ¡No caigas, Ortiga! Hazlo por todos nosotros, los antisociales del mundo.

    Cómo me he reído con lo de los brazos, me ha pillado totalmente desprevenida xD

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  6. La verdad es que sí, es algo agobiante, y Kate y compañía parecen más tontos que nada, jaja. ¿No veis que ella no quiere saber nada de él? ¿Por qué ese ansia de emparejarla con Grey? Y en cuanto al de la ferretería, hay algo llamado espacio personal que no debería ser invadido, y un no es un no. En general hay algo en el texto que deja claro que el original es un fanfic (ya sé que lo es, concretamente de Crepúsculo, pero aunque no se supiera está claro que lo es). No sé, pero esa forma de querer emparejarla con Grey, la escena del semáforo y eso... Seguro que en el texto original ese fue el momento del primer morreo entre Anastasia y Grey. En este, seguro que le rechazas de alguna manera.

    ¿Ya se te ha pasado el bloqueo lector? ¡Genial! A ver si hay suerte y lo próximo es o una "Honrosa Excepción" o un "Olvidado".

    Lo que más me gusta del fan art de Camino es la cara del chico en la parte inferior del dibujo y la etiqueta de "forever alone".

    ¡Saludos!

    Carol

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  7. ¡Hola!

    Madre mía, me agobio ante tanta insistencia por parte de todo el mundo, ¿por qué la gente se niega a tomar un no por respuesta? ¡Aceptad el no, leche!

    La parte de los brazos, sin embargo, magnífica. Me estuve riendo un buen rato, ¡me encanta!

    Esperando con ansias el resto de episodios.

    Camino.

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  8. ¡Hola!

    Jo, qué pena que no vayas a escribir más. Lo estaba (y estoy) disfrutando de verdad. Imaginate una habitación cerrada con un escritorio y un ordenador y una chica riéndose como una desquiciada. Pues así soy yo, ya me ha pillado mi hermana y me ha preguntado, flipada, qué me pasaba.

    Bueno, que me desvío XD. Tú sí que molas, Ortiga. Es muy agobiante que la gente no respete tu espacio, yo en particular me pongo muy nerviosa; y si no hay confi, la gente tiene derecho a estar nervi y no tranqui (pff, no estoy bien). No caigas, Ortiga, hazlo por todos nosotros.

    ¡Un beso y hasta la próxima entrada!

    Ate, A.

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  9. Me hace mucha gracia la calidad de las excusas que la autora del original tuvo que inventarse para mostrar el interés de Grey. ¿En serio, todos manoseando a la chica adelante de Grey? Y éste la conoce de hace un par de días y la persigue y muestra celos de ella... Pobre Ortiguilla. Lo mejor son esos momentos de tensión con lo de la puerta, muero por ver cómo se resuelve xD
    Espero los dos caps que faltan, esto es muy divertido.

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  10. El problema de la historia original es que la protagonista tiene una facilidad pasmosa para pensar que todo es romántico: me despierto medio desnuda en la habitación de hotel de este desconocido (¡me siento segura!, cosa que en mi cabeza suena con la musiquilla del anuncio, por cierto), este tío que no conozco se sabe mi talla de bragas y sujetador (no sé cómo, pero agradezco tanto tener ropa interior limpia ahora mismo que todo da igual), el tío ha descargado una aplicación de internet para localizar mi móvil por GPS (¡oh, ha venido a rescatarme!), y así. Resulta desquiciante leerla desvariar sobre lo románticos que le parecen todos los desvaríos de Grey, su obsesión controladora y su constante invasión del espacio personal físico y psicológico. Mira que para hacer funcionar el fanfic y que mi selfinsert no haya mandado al tío todavía a paseo (al tío, a Kate, a José, a los compañeros de trabajo...) estoy teniendo que tirar de todas las excusas que se me han ocurrido a mí también (incluyendo el siempre socorrido "me dio un ictus, es la única justificación").

    Aun con todo, y sin olvidar que Grey tiene una cantidad de problemas psicológicos que harían las delicias de Freud y todos sus seguidores y detractores, lo cierto es que en la historia original cosa escala hasta los niveles alarmantes en que lo hace porque se juntan el hambre con las ganas de comer: él es un controlador medio psicótico, pero es que a ella le parece bien y hasta lo alienta. Porque incluso dentro de su obsesión, el personaje de Grey tiene un cierto respeto por los límites ajenos, dado que parte de su obsesión pasa por establecer límites y reglas él mismo. Así que yo he tirado con este fic partiendo de la base de que la situación se mantendría dentro de unos niveles mínimamente civilizados si la contraparte femenina se molestase en establecer sus propios límites en lugar de aceptar sin pensar los del personaje de él.

    Llamadme gullible.


    Con amorr,
    O.

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    Respuestas
    1. ¡Buenas tardes!

      No he leído el original, pero creo que esos ejemplos que das tienen de romántico lo que Chuck Norris de princesa de cuento de hadas. A mí me pasan cosas como los ejemplos que has puesto, y me falta tiempo para denunciarle por acoso, no sé cómo a alguien le pueden parecer románticas esas cosas. Si ya en algunos comentarios decimos lo agobiante que nos parecen las situaciones que vive tu alter ego en el fanfic, no quiero imaginarme cómo sería en el original. Y viendo cómo tiene que ser, me alegro de no haberlo leído :D

      ¿Sabes qué? La verdad es que esto me recuerda un poco a lo que pasa con la canción Every breath you take, la de Police; mucha gente se cree que es romántica, aunque la realidad es que la canción va de un acosador. Confirmado por el mismo Sting, el cual no daba crédito a lo que le estaban contando. La diferencia está en que la canción no pretendía hacer románticas esas situaciones de acoso (porque lo son, los ejemplos que has puesto son acoso).

      ¡Saludos!

      Carol

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  11. Siento que Ortiga y yo somos almas gemelas. Lo del espacio personal, la voz interna que solo podría pertenecer a la de una bruja, y hasta mi mama se ríe a expensas de mi cuando hablo por teléfono.
    Con respecto a Grey, quien es más loco ¿El loco, o el que sigue al loco? Y aquí Anastasia, hablando de que supuestamente es mentalmente estable, esta siguiendo al loco.

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